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~ NiMuE ~

ReLaToS

Las Piedras Pomed

Todo eso que dicen es una autentica farsa. Yo lo se por experiencia. Las piedras pomed no son naturales, son humanas, al principio son seres humanos y luego terminan siendo piedras pomed. Lo aseguro, esto que digo es totalmente cierto, yo lo he visto, lo he vivido.
Yo antes tenía un hijo, Pedro. Un día, como a todo el mundo alguna vez le habrá pasado, le salió una berruga en el hombro. Él no le hacía mucho caso, pero la berruga fue creciendo poco a poco con el tiempo, y el muy insensato se la arrancó. Al año sieguiente le salió otra, justo en el mismo lugar que la anterior, pero esta vez más grande, más dura y más áspera. No le dolía, ni le sangraba, y a decir verdad, le permitía hacer vida normal. Pero ya sabemos que el hombre es el único animal que tropieza siempre con la misma piedra, y mi Pedrito, no fue menos. Ésta también se la arrancó. Total, que en muchisimo menos tiempo que la vez anterior ya le había salido otra berruga, que digo berruga, BERRUGÓN, y de los gordos además. Cuanto antes se las quitaba antes le salían más duras, ásperas y grandes.
Una mañana se levantó y tenía la mitad del cuerpo de piedra pomed y la otra mitad humana. Le llevamos a urgencias, pero pensaron que era una broma pesada y tras ver que lo del chaval no tenía solución, nos mandaron para casa. Acostamos a Pedro y al día siguiente todo él era de piedra pomed, todo lleno de agugeritos, que recubrían todo el que antes había sido su cuerpo.

Todo está oscuro

Todo está oscuro, no se percibe movimiento ninguno, pero se notan presencias en ese instante. Por mucho que abras los ojos no hay ni un solo reflejo, nada, absolutamente nada. Comienzas a moverte pero realmente no sabes por donde. Estiras los brazos y las puntas de los dedos y comienzas a palpar todo lo que se encuentra a tu alrededor, pero para tu sorpresa, no hay nada. Tienes la constante sensación de que alguien está a tu lado, o enfrente, o detrás tuyo, y es como si de alguna manera te susurrara al oído desde distintos sitios, no escuchas lo que dice, pero lo imaginas.
Pierdes la noción del tiempo, no hay, no existe un rumbo fijo, nada, vacío, abismo. No sabes si sueño o realidad. Tus ojos, ¿estan abiertos.. o cerrados? Comienzas a agobiarte, percibes pasos cerca tuyo, pero no estas seguro de si es fruto de tu imaginación. Miles de preguntas y respuestas flotando en tu cabeza. Tu corazón late cada vez más deprisa, ¿Lo sientes? ¿Oyes tu sangre fluir? Sientes miedo ante lo desconocido. Comienza a faltarte el aire, gritas desesperado que si hay alguien, pero solo obtienes respuesta del silencio. Te sientes nervioso, cansado, ciego y el aire te falta, en ese momento caes.
No hay tunel, no hay luz ni música angelical, no hay voz en off que te diga que hacer, que te tranquilice, no hay nada, solo silencio y oscuridad.

Una mirada, un segundo y una vida

Estaba en un lugar grande aunque había tal saturación de gente que el movimiento e incluso la estancia se me hacia pesada, fue solo un instante, había mucho movimiento a mi alrededor, algo confuso pero estoy segura de que lo recordare toda mi vida, fue un segundo, apenas llego, pero fue intenso, por lo menos por mi parte, y espero que así sea también por la suya.
De repente en todo ese remolino de gente, nuestras miradas se cruzaron, ninguno de los dos supongo lo hizo intencionadamente, simplemente surgió, yo encontré la suya, bueno mas bien me tope con la suya de pura casualidad, nadie hablo pero fue como si hubiésemos intercambiado miles de palabras. Ese momento fue como una especie de dejabi, algo que recuerdas haber vivido con anterioridad, esa mirada penetrante, cautivadora, que expresa cientos de cosas a la vez, que cuando esos ojos te miran sientes como lo hacen y tienes ganas de todo, reír, llorar, hablar.. se conjugan los sentimientos.
Aquella mirada me resultaba familiar, había complicidad, él ya me había mirado hace tiempo, nuestras miradas ya habían coincidido, no una si no muchas veces, era como si hubiésemos sido amigos de toda la vida, hartos de mirarnos fijamente a la hora de contar secretos, hartos de estudiar con detenimiento cada parte, cada enigma que guardaba el otro, de aprender a descifrar. Los dos habíamos cambiado, pero aún nuestras miradas se entendían y se reconocían, aun hablaban entre ellas, aunque todo fueran lenguajes casi inentendibles.
En un segundo, mi cerebro, como loco empezó a recorrer con gran agilidad y rapidez todas las recónditas calles que lo formaban, buscando el dueño de aquella inolvidable mirada.
Seguí mi camino y él el suyo, pero no pude resistir la tentación de volver a mirar, de regresar la vista a atrás, pensando que unicamente a pesar de aquel precioso momento, todo había sido mera coincidencia o fruto de mi imaginación, pero no, allí la volví a encontrar, aun mirándome, tratando de recordar quien era yo y por qué tanta complicidad.

Misterio

Salí del cine casi con el espíritu del miedo en el cuerpo, recordando uno a uno y casi de una forma sistemática los sustos que me había dado la película. La calle estaba solitaria y oscura.
A la vez que caminaba agudizaba el oído y la vista. Sentí en esos momentos que alguien estaba detrás de mi, no quería girarme, pero lo hice, me pudo la “curiosidad”, pero no vi a nadie, fue rápido, una vista atrás y seguí caminando. Una especie de sexto sentido me alertó de nuevo de que alguien estaba detrás mío, esta vez mas cerca. El pelo de la nuca se me erizó, un escalofrió me recorrió el cuerpo de arriba, abajo. Apreté el paso, pero me di cuenta de que el también lo hizo, así que sin pensarlo eche a correr. Oía zancadas que se aproximaban y una respiración jadeante. Ya era algo seguro, alguien me perseguía.
Apreté con fuerza los puños dentro de la cazadora y seguí corriendo, el viento golpeaba con fuerza mi cara, me zumbaban los oídos, pero esta vez no era capaz de mirar hacia atrás, sabia que si lo hacia disminuiría mi velocidad, y por nada del mundo quería pararme.
Algo choco contra mi nuca, las piernas me tambalearon y caí.
La nariz me dolía como nunca, la cara me hormigueaba por el golpe, y un dolor agudo e intenso me nublaba el pensamiento.
Había desaparecido la calle y ahora yo estaba sentada sin poder moverme.

OLOR DE SEPTIEMBRE

OLOR DE SEPTIEMBRE Pues resulta que vas dando un paseo por calles de barrio viejo, a esa hora en que gotean las macetas de geranios y hay pescaderías abiertas, y tiendas de ultramarinos, y marujas charlando en las aceras, y una furgoneta con un gitano que vende melones. Te encantan esas calles y esas tiendas y esas señoras con carritos de la compra y vestidos estampados de verano, y la manera con que el gitano empalma la churri y pega dos tajos, chis, chas, para que caten el producto. Te gustan esas cosas, las voces en el aire, los olores, la luz en lo alto de las fachadas de las casas, el jubilado en pijama que mira desde el balcón. Uno casi quiere a la gente, así, en abstracto, en mañanas como esta.
Ese es tu estado de animo cuando, al pasar por una callecita estrecha, hueles a papel. No a papel cualquiera, ni a bastardas hojas de periódicos, ni a celulosa ni a nada de eso. Huele a buen y maravilloso papel recién impreso, encuadernado. A limpias resmas blancas, cosidas, encoladas. Huele a libro nuevo, y parece mentira lo que puede desencadenar un olor y su recuerdo. Entonces, con la cabeza llena de imágenes, tan asombrado, como si acabaras de dar un salto de casi cuarenta años en el tiempo, te detienes ante una puerta y ves una antigua prensa, y pilas de libros que están siendo empaquetados. No necesitas acercarte más para saber que se trata de libros de texto. Ese olor inconfundible sigue perfectamente claro en tu memoria, y casi puedes sentir entre los dedos el tacto de las tapas, ver las ilustraciones de las portadas, aspirar el aroma de esos libros de septiembre, que en otro tiempo contemplaste con una mezcla de expectación y recelo, como quien mira por primera vez un terreno desconocido por el que deberá aventurarse de un momento a otro.
Y en esas, zaca, das un salto hacia atrás, o es el tiempo quien lo da; y te ves de nuevo allí, en el almacén de la librería colegial, entre las grandes pilas de libros de la editorial Luis Vives, tapas de cartón y lomos de tela, clasificados por cursos y asignaturas: Historia de España, Gramática, Aritmética. Libros todavía medio envueltos en grandes paquetes de papel de estraza que olían a nuevo, a papel noble, a tinta virgen, a ese momento de la vida en que todo era posible porque todo estaba por leer, por estudiar y por vivir. Recuerdas tu fascinación al comienzo de cada curso, aquella forma en que tocabas por primera vez el lote de libros, abrías sus paginas, mirabas textos e ilustraciones. Hasta los que luego se tornarían odiosos campos de concentración o tormento chino – Matemáticas, Geometría, Física y Química -, en ese momento inicial, intactos, como la mujer hermosa y llena de enigmas, se dejaban acariciar envueltos en aquel aroma de papel mágico, que olían a promesas, y a misterio.
Ahora, con mas años por detrás que por delante, los misterios se desvelaron he hiciste buena parte de ese camino del que tales libros eran puertas. Sin embargo, aquí junto al almacén, el olor reencontrado, te permite por un instante regresar a ala casilla numero uno del juego de la oca, al punto de partida, al comienzo de casi todo,. Hasta te concede recobrar el roce, intacto de la mano masculina y segura que te conducía entre aquellas pilas de libros recién desempaquetados mientras iba entregándotelos uno a uno. Una mano delgada, noble, hace tiempo perdida, pero que revives ahora gracias a este olor, asiéndote otra vez a ella porque te sientes impresionado, conmovido, tímido ante las pilas de libros aun no abiertos, cuyos secretos, pobre de ti, tienes solo un curso para trasladar de su papel a tu cabeza.
Y así, en la estrecha callecita, inmóvil frente al almacén y traspasado de nostalgia, mueves silenciosamente los labios mientras recitas frases, latiguillos, fragmentos vinculados a ese olor, que luego te acompañarían toda la vida: Triste suerte de las hijas de Ariovisto. Fé – así, con acento-, esperanza y caridad. Todo cuerpo sumergido en un liquido. El ciego sol, la sed y la fatiga. Blanca, negra, amarilla, cobriza y aceitunada. Oigo, patria, tu aflicción. La del alba seria. Almanzor agoniza y muere a las puertas de Medinaceli. Ese O Cuatro Hache Dos . Puesto ya el pie en el estribo... Y de pronto sonríes, porque tienes la certeza de que, si alguna vez llegas a viejo, el momento en el que lo reciente se difumina y son los años lejanos los que se recuerdan, cuando también tu estés pie en el estribo y a punto de irte como todo se va en esta vida, seguirás recordando ese olor y esas palabras con la misma intensidad del primer día.